Mi primer amigo, alias "Llongueras". |
Pocos
días tardé en hacerme con mi nueva casa. Es lo que tiene un Primpe como yo :)
El cambio de vida estuvo bien. En mi primer hogar compartía mis cosas con los
pringados de mis hermanos y ahora tenía los juguetes y la cama para mí solo...
¡Ya era hora de dormir estirado, leches! La primera semana resultó ser muy
divertida y María y Joaquín estaban muy ilusionados (no les culpo,jeje). Se
preocupaban mucho de que no me faltara de nada: agua y comida a demanda, juguetes con
diferentes texturas y sonidos, muchas caricias y besos, tonos de voz que me
transmitían que se divertían con mis monerías y la sensación de que todo
marchaba estupendamente.
Las dos primeras noches fueron un poco duras (me fastidia
reconocerlo, pero qué le vamos a hacer... ¡snif!). He
de decir que podrían haber sido peores porque echaba de menos a esos peludos
hermanos de los que a veces me quería desprender. Desafortunadamente, aunque me
avergüenza contarlo, me sentía
muy solo a oscuras en aquel espacioso parque. No obstante, debo decir que
estos nuevos amigos tuvieron un detalle muy bueno conmigo: decidieron que, en
lugar de llevarme a su cama donde podría sufrir un accidente por aplastamiento, dormirían junto a mi parque para
que yo escuchara su respiración y les sintiera cerca. Así lo hicieron,
crearon un pequeño dormitorio en el salón y durante mi primera semana de
adaptación me acompañaron en todo momento. Tengo que decirlo, fue un gesto muy
bonito hacia mí y me
demostraban que mi bienestar les importaba. De vez en cuando, mientras dormían
yo les miraba con cara de agradecido (pero cuando ellos me miraban yo me hacía
el dormido... uno nació así de especial).
Como os decía, me
ofrecieron un arsenal de juguetes. Ya
hubiera querido tener Bin Laden aquello en su búnker. Cada uno de ellos tenía
una función diferente, aunque yo terminaba simplificando sus usos en un solo:
cronometrar cuánto tardaba en comérmelo. De todos los que tuve hubo uno muy
especial: Llongueras. Le
bautizaron al día siguiente que me lo dieron, imaginaos cuál fue su destino. Era un osito marrón hecho con cordones
gordos de estos que dan un gustirrinín muy bueno cuando clavas los colmillos.
Al igual que las brujas del tarot de medianoche, Carmen vaticinó que habría que
reciclarlo pronto. Por el contrario, Manu y María apostaban porque yo no sería
capaz de lesionarlo, ya que tenía unos dientecitos muy pequeños y nada
peligrosos, jeje.
Yo
tenía que sembrar mi leyenda y no podía defraudar a mi tía Carmen :D
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