lunes, 14 de octubre de 2013

CAPÍTULO 11: Mi primera semana en casa

Mi primer amigo, alias "Llongueras". 

     Pocos días tardé en hacerme con mi nueva casa. Es lo que tiene un Primpe como yo :) El cambio de vida estuvo bien. En mi primer hogar compartía mis cosas con los pringados de mis hermanos y ahora tenía los juguetes y la cama para mí solo... ¡Ya era hora de dormir estirado, leches! La primera semana resultó ser muy divertida y María y Joaquín estaban muy ilusionados (no les culpo,jeje). Se preocupaban mucho de que no me faltara de nada: agua y comida a demanda, juguetes con diferentes texturas y sonidos, muchas caricias y besos, tonos de voz que me transmitían que se divertían con mis monerías y la sensación de que todo marchaba estupendamente. 

     Las dos primeras noches fueron un poco duras (me fastidia reconocerlo, pero qué le vamos a hacer... ¡snif!). He de decir que podrían haber sido peores porque echaba de menos a esos peludos hermanos de los que a veces me quería desprender. Desafortunadamente, aunque me avergüenza contarlo, me sentía muy solo a oscuras en aquel espacioso parque. No obstante, debo decir que estos nuevos amigos tuvieron un detalle muy bueno conmigo: decidieron que, en lugar de llevarme a su cama donde podría sufrir un accidente por aplastamiento, dormirían junto a mi parque para que yo escuchara su respiración y les sintiera cerca. Así lo hicieron, crearon un pequeño dormitorio en el salón y durante mi primera semana de adaptación me acompañaron en todo momento. Tengo que decirlo, fue un gesto muy bonito hacia mí y me demostraban que mi bienestar les importaba. De vez en cuando, mientras dormían yo les miraba con cara de agradecido (pero cuando ellos me miraban yo me hacía el dormido... uno nació así de especial).

     Como os decía, me ofrecieron un arsenal de juguetes. Ya hubiera querido tener Bin Laden aquello en su búnker. Cada uno de ellos tenía una función diferente, aunque yo terminaba simplificando sus usos en un solo: cronometrar cuánto tardaba en comérmelo. De todos los que tuve hubo uno muy especial: Llongueras. Le bautizaron al día siguiente que me lo dieron, imaginaos cuál fue su destino. Era un osito marrón hecho con cordones gordos de estos que dan un gustirrinín muy bueno cuando clavas los colmillos. Al igual que las brujas del tarot de medianoche, Carmen vaticinó que habría que reciclarlo pronto. Por el contrario, Manu y María apostaban porque yo no sería capaz de lesionarlo, ya que tenía unos dientecitos muy pequeños y nada peligrosos, jeje.
Yo tenía que sembrar mi leyenda y no podía defraudar a mi tía Carmen :D

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