martes, 15 de octubre de 2013

CAPÍTULO 12: El por qué de mi nombre

   
Cuando descubrí el origen de mi nombre

     Hoy es un día especial.
Cumplo 5 meses desde que vine al mundo asistido por Manu y Carmen y ganándole la maratón a Teddy en el útero de mamá y, como tal, este post también me gustaría que fuera especial. Esta noche os contaré el origen de mi nombre (Chus, aquí están todas tus respuestas).

    Ya cuando estaba en el Palacio Oncetartessos, pero más intensamente cuando me fui con María y Joaquín empecé a escuchar una palabra que se repetía mucho: “Primperan”.

    “Primperan p’arriba, Primperan p’abajo, Primpe, Primpe, Primpe…” No entendía del todo su significado, pero curiosamente me di cuenta de que después de esa palabra siempre venía una caricia, un beso, una bolita de pienso o una chuche. Así que, cuando lo escuché ±100 veces decidí poner todos mis sentidos en mirar con cariño a quien lo pronunciaba con el fin de recibir un premio, y así poner en práctica lo que me había estudiado en un libro sobre “Cómo adiestrar humanos”, jejeje. A partir de ahí fue cuando me di cuenta de que ese era mi nombre: Primperan (lo de entender que Oncetartessos eran mi apellido vino después cuando lo vi en unos papeles que tramitó María en la Real Sociedad Canina de Andalucía Oriental -ofú, qué nombre más largo-).

    Al principio reconozco que me sonaba algo raro eso de Primperan. Me daba la sensación de que el nombre de mis hermanos sonaba mejor: “Teddy, Pipo, Kali”, que eran más propios de perros que el mío, ¿verdad? No obstante, me gusta pensar que, aunque suene atípico, es único y original, igual que mis orejas moteadas que me dan un aire distintivo y varonil (ahí lo llevas).

   Hasta aquí todo perfecto. Ya me había acostumbrado a que se refirieran a mí como “Primpe” (era más corto y cariñoso), yo les buscaba la mirada cuando lo pronunciaban y ellos me daban mi premio delicatesen religiosamente, jejejeje (¡estaban dominaos!). Tenía curiosidad por saber lo que significaba, pero no soltaban prenda. Una vez estábamos en el Tamarguillo y el dueño de mis amigos Yoki y Silvi preguntaron: “Chicos, ¿pero Primperan no es el jarabe que se da cuando tienes vómitos?”. Contraje mis orejas bicolor, sintonicé con Radio Tamarguillo y supe entonces por qué me llamaba como me llamo. María les contó que, efectivamente, Primperan es un fármaco antiemético de primera elección [-¿Qué narices es un “antiemético de primera elección”?-me preguntaba (supongo que por la cara que puso el dueño de Yoki y Silvi él se preguntó lo mismo). Es que a María se le huele la de-formación profesional a kilómetros]. Pues bien, esa frase ininteligible para muchas mentes humanas y el 100% de las cánidas significa que es un medicamento muy bueno para frenar los vómitos. “¿Y por qué le pusisteis ese nombre al perro?”- siguió cuestionando nuestro amigo de paseos. “Pues porque una vez atendí a tantas personas por vómitos (en el contexto de una toxiinfección alimentaria -media ciudad se cagaba por las patas y vomitaba por las esquinas-) y puse tantos “primperanes” que al final me sonaba bien el nombre y, bromeando con los compañeros dije: ¡si algún día tengo un perro le llamaré Primperan! Y dicho y hecho”. María es una humana de palabra, no me cabe duda.


    En fin, esta es la historia de mi nombre, tan peculiar como bonito. En el fondo me alegro de que aquel día María pusiera primperanes y no paracetamoles. ¿Cómo iban a llamarme entonces?- ¡Ven, “Para”, ven!.- Uy, ¡qué follón!  


lunes, 14 de octubre de 2013

CAPÍTULO 11: Mi primera semana en casa

Mi primer amigo, alias "Llongueras". 

     Pocos días tardé en hacerme con mi nueva casa. Es lo que tiene un Primpe como yo :) El cambio de vida estuvo bien. En mi primer hogar compartía mis cosas con los pringados de mis hermanos y ahora tenía los juguetes y la cama para mí solo... ¡Ya era hora de dormir estirado, leches! La primera semana resultó ser muy divertida y María y Joaquín estaban muy ilusionados (no les culpo,jeje). Se preocupaban mucho de que no me faltara de nada: agua y comida a demanda, juguetes con diferentes texturas y sonidos, muchas caricias y besos, tonos de voz que me transmitían que se divertían con mis monerías y la sensación de que todo marchaba estupendamente. 

     Las dos primeras noches fueron un poco duras (me fastidia reconocerlo, pero qué le vamos a hacer... ¡snif!). He de decir que podrían haber sido peores porque echaba de menos a esos peludos hermanos de los que a veces me quería desprender. Desafortunadamente, aunque me avergüenza contarlo, me sentía muy solo a oscuras en aquel espacioso parque. No obstante, debo decir que estos nuevos amigos tuvieron un detalle muy bueno conmigo: decidieron que, en lugar de llevarme a su cama donde podría sufrir un accidente por aplastamiento, dormirían junto a mi parque para que yo escuchara su respiración y les sintiera cerca. Así lo hicieron, crearon un pequeño dormitorio en el salón y durante mi primera semana de adaptación me acompañaron en todo momento. Tengo que decirlo, fue un gesto muy bonito hacia mí y me demostraban que mi bienestar les importaba. De vez en cuando, mientras dormían yo les miraba con cara de agradecido (pero cuando ellos me miraban yo me hacía el dormido... uno nació así de especial).

     Como os decía, me ofrecieron un arsenal de juguetes. Ya hubiera querido tener Bin Laden aquello en su búnker. Cada uno de ellos tenía una función diferente, aunque yo terminaba simplificando sus usos en un solo: cronometrar cuánto tardaba en comérmelo. De todos los que tuve hubo uno muy especial: Llongueras. Le bautizaron al día siguiente que me lo dieron, imaginaos cuál fue su destino. Era un osito marrón hecho con cordones gordos de estos que dan un gustirrinín muy bueno cuando clavas los colmillos. Al igual que las brujas del tarot de medianoche, Carmen vaticinó que habría que reciclarlo pronto. Por el contrario, Manu y María apostaban porque yo no sería capaz de lesionarlo, ya que tenía unos dientecitos muy pequeños y nada peligrosos, jeje.
Yo tenía que sembrar mi leyenda y no podía defraudar a mi tía Carmen :D