Mis primeros parpadeos |
Si hubiera tenido que leer el periódico o ver
algún telediario, seguro que hubiera preferido seguir con ellos cerrados, la
verdad. No obstante, cuando pude despertar y usar algo más que la bella trufa
de mi nariz fue todo un despliegue de luz y color.
La paridera de los Oncetartessos que habían
construido Manu y Carmen era un loft
perruno de máxima calidad. Había unas barras laterales que hacían que la
alocada de nuestra madre pudiera tumbarse sin riesgo de que alguno quedáramos
azules por falta de aire. Ya me veía con cara de pitufo...
Recuerdo claramente cuando vi a mis hermanos.
Enfilé mis ojos leoninos donde mi nariz indicaba que estaba Teddy. Allí vi
tumbado a mi fiel competidor. El pardillo seguía teniendo los párpados cerrados (¡juas, juas!) y para mi tristeza no vio mi dedo corazón extenderse de forma supina (¡toma corte de manga!). Otra
vez más, le había pasado por la izquierda y sin sacar el intermitente. Como
luego vería en la televisión de mi futuro hogar: “¡Zassssssss, en toda la boca!”.
Mi hermana Cali lucía hermosa y sencilla en
una esquina donde espasmódicos movimientos me hacían sugerir que soñaría con
algo dulce y alegre como un campo lleno de tetitas para chupar. Cuando llegué a encontrar a
Pipo, el último de los cuatro, quedé sorprendido por lo pequeño que era (y
fíjate que éramos todos unos mocos) y la mancha tan peculiar que tenía en el culo. ¿Por qué yo no tenía una así? ¡Molaba!
Lo mejor, tras abrir los ojos antes que
Teddy, fue ver a mis criadores. Esa imagen no se olvida. Carmen era una bella
mujer con una melena frondosa y espesa para perderse en ella. Tenía una cara
dulce y unas manos cuidadas y cálidas que sabían cómo cogerme delicadamente. El aguerrido Manu era un hombre fuerte, con
manos amables y curtidas del esfuerzo. La voz era sonora, fuerte y, al mismo
tiempo, plácida. Solía dormirme escuchándole hablar de camadas y futuribles
sobre mi raza, los estilos de cría y el perro “ideal”. Nunca entendí por qué
hablaban sobre ello cuando estaba claro que yo era el salto evolutivo de los
Tartessos.
Aún tardaría unos días en ver a María y Joaquín, los que
fueran mis amigos per secula seculorum.
Sólo adelantaros que no fue como esperaba, pero algunas sorpresas son una
gozada. Ya os contaré. Ciao bambini!
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